El calor de hogar es un reflejo del corazón de la mujer. Si Dios está entregando gozo y plenitud de vida a ese corazón, el calor del hogar será el preciso, necesario e ideal reflejo del amor de Dios.
Hogar no es simplemente nuestro lugar de residencia; no es solo la parte física y estructural donde hacemos ciertas cosas y dormimos cada noche. Hogar es más bien nuestro lugar especial, único e irrepetible; nuestro espacio en común con los seres que amamos, y en el cual nos desarrollamos plenamente por medio del mandamiento santo de la vida y convivencia familiar.
Puede que tu casa sea rústica, humilde, o tal vez bien acomodada, pero lo realmente importante es que la mujer cristiana sienta ese espacio como su hogar; un lugar de amor, comunión, protección y desarrollo tanto humano como espiritual.
En el diario vivir de nuestra rutina o afanes, en ocasiones perdemos esa perspectiva de “hogar” y en algún momento la mujer puede tener la sensación, como Marta (Lucas 10:38 al 42), de ser una especie de empleada sin sueldo, en un lugar donde nadie la comprende, escucha, ni se preocupa de sus necesidades más íntimas. Incluso en esa sensación de soledad, puede llegar a encontrarse reprochándole a Dios por sus infortunios y exclamando: ¡Señor, no te causa cuidado que nadie me ayude!, lacerándose emocionalmente con auto-conmiseración y palabras destructivas hacia sí misma como lo hiciera Noemí, cuyo nombre significa mi dulzura, pero que producto de la frustración y resentimientos a causa de sus pesares, llegó al punto de cambiarse el nombre por el de Mara, que significa amargura.
Toda creyente puede sentirse en ciertas ocasiones frustrada y amargada al no sentirse realizada, o sentirse insatisfecha en sus necesidades y sueños. Más aún, en una sociedad que pareciera darle suma importancia a términos como empatía, asertividad o inteligencia emocional, pero que en la práctica y sobre todo en el entorno familiar, lamentablemente en la mayoría de los casos son nada más que eso, términos que no tienen mayor valor para una persona que se siente sola e incomprendida en medio de su propia casa.
Tiempo es de oír:
¿Notas que aunque nuestro Señor dictó un sermón que seguramente fue interesante y conmovedor, el foco del pasaje está en las sencillas palabras que él dirige a Marta? Nada se nos dice del contenido de lo que el predicó en casa ese día.
Vemos entonces que lo bello de la historia está en el verdadero objetivo de Jesús al ir a visitar a sus amigas, que fue pasar tiempo de calidad e intimidad con ellas. Un tiempo de quietud, de reposo, de comunión y comunicación verdadera. El tipo de comunicación en el que las palabras importan, pero mucho más la dedicación exclusiva a quién nos habla y que cobra aún mayor valor cuando se da en el entorno familiar, en el espacio más íntimo para una mujer: su hogar.
¿Cuantas veces le hemos hablado a una persona que está simultáneamente haciendo otras cosas aparte de oírnos? Que sensación causa en nosotros si no angustia y molestia, por más útil que parezca la actividad paralela. Si no nos entregamos completamente al arte de oír, las palabras solo serán como estrellas fugaces que pasan desapercibidas.
El conflicto está en Marta dado que ella podía elegir, y Jesús esclarece que ella había elegido no la mejor parte, tal como su hermana. No había motivo para reproches, ya que cada cual decide en su libertad como organizar el regalo del tiempo que Dios nos entrega, ya sea dedicándolo al disfrute, a la familia, la lectura, al deporte, al trabajo o a pasar tiempo en la intimidad con Dios. Salomón nos dice sabiamente: ¡todo tiene su tiempo! Lo que no podemos hacer es reprocharle a los demás – y menos a Dios – por no tener tiempo para estar junto a él, ya que él nos dio un día lo suficiente extenso para realizar las labores necesarias para nuestro sano e integral desarrollo, incluso dejando el necesario tiempo para el descanso.
Podemos elegir y tomar la decisión de dedicar tiempo de calidad para estar a los pies del maestro, tiempo solo para él, exclusivo y sin distracciones, o elegir vivir haciendo supuestamente “tantas” cosas para Dios, pero que en el fondo solo nos frustrarán. Porque lo realmente importante no es lo que hacemos para Dios, sino la calidad de nuestro tiempo de intimidad junto a él. Esto determinará nuestra actitud de vida en el evangelio.
Puede que hoy te sientas frustrada, insatisfecha e incomprendida, pero si te detienes un momento en tus afanes, y miras a tu alrededor con los ojos del espíritu, puede que veas a tu Señor, esperándote y anhelando pasar tiempo contigo, buscando y deseando llenar tu vida de plenitud. Tal vez te mire a los ojos, llenando tu vida de paz diciendo una sencilla frase, tal como le dijera a Marta: “Ah, querida, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada” (texto resaltado, extraído de Lucas 10:41-42, BLA).
Elige lo mejor, elige estar en tu hogar a los pies de tu maestro.